Hace unos días, Pedro Barral, capitán de Obras Basket, disfrutó del reconocimiento que le brindó el club en la previa del juego ante Boca Juniors por haber alcanzado los 300 partidos con la camiseta aurinegra. Hace 12 años, también en el Templo del Rock y ante el mismo rival, Pepo quedó en medio del disparo de una cámara. La foto iba dirigida al festejo del equipo, pero allí aparece él, a un costado, con la camiseta del Racing de sus amores. «Cuando la vi se me puso la piel de gallina. Me acuerdo que estaban el Turco Chaher, Tití Cortés, Lazaro Borrell… Todos ídolos mios. Es que, cuando era chico, me acercaba siempre a ver los partidos. Veía a los jugadores y quería ser como ellos», repasa. De alguna manera, su destino estaba marcado.
En estos tiempos de vínculos tan fugaces, sobre todo en el deporte, el sentido de pertenencia entre Barral y Obras es una excepción. El base llegó hace 10 años, con edad de infantil, y a partir de ahí no paró hasta ser uno de los referentes del plantel de Liga Nacional. «Con el correr del tiempo, haberme convertido en el capitán es algo sumamente positivo. No fue nada fácil, fue un camino largo. Hay momentos en que te frustrás, porque no sabés si te da para llegar a un alto nivel, y al otro año te sentís positivo y con confianza. Creo que la clave es seguir trabajando a pesar de los momentos malos. Siempre tratando de crecer», asegura.
Pasó una infancia muy familiar y llena de amigos en Ciudad Jardín, en la localidad de El Palomar. «Tengo el recuerdo de estar todo el tiempo en la calle o jugando en AFALP, el club donde arranqué. Ahí compartíamos pileta, veranos, entrenamientos. Fue una etapa muy linda, con grandes recuerdos. Si el día de mañana llego a formar una familia, me encantaría que pase por lo mismo que viví yo», desea.
Casi toda su familia tuvo influencia directa en su pasión por el básquetbol. Guillermo, su papá, jugaba Intercolegiales con el colegio Bernardino Rivadavia, pero el que estaba metido de lleno en el deporte era Facundo, su hermano mayor, también en AFALP. «Él dice que fue motivado por Space Jam, que quería ser Michael Jordan. O Buggs Bunny, no se», bromea. Y cuenta como Lala, su mamá, le enseñó a dar los primeros piques con el balón: «Yo tenía cuatro años. Me acuerdo que íbamos los tres al club y, mientras Facu entrenaba, ella, profe de gimnasia, me daba una pelota e indicaciones para picar. De alguna manera se convirtió en mi primera entrenadora».
Poco a poco se fue integrando a la vida de las inferiores del club. «También me hacían tirar al aro y compartir momentos con el equipo de premini. Me fui metiendo hasta que me federaron. Al tener cuatro años compartí categorías con chicos mucho más grandes que yo. Iba pasando el tiempo, ellos crecían y yo seguía en el mismo lugar. Fui el eterno premini», repasa.
La gran oportunidad de comenzar a probarse en un ambiente más competitivo le llegó a los 14, luego de participar de un campus invitado por Bernardo Murphy, en ese momento entrenador de Obras. «A los tres días me llamó Nacho Narvaja para sumarme a las inferiores. No dudé nunca en tomar la decisión. Fue difícil porque era un poco lejos de casa, pero mis viejos me apoyaron siempre con mi elección. Mi viejo me iba a buscar a todos lados. Gracias a ellos pude llegar a ser capitán de este equipo», les agradece.
Y agrega: «Venir a Obras fue salir de ese estado de confort, porque yo a dos cuadras de casa tenía mi club, mis amigos, mi vida. Tenía el colegio cerca, estaba cómodo. Pero bueno, la ambición de ser profesional pudo más. Por supuesto que nadie me garantizaba nada. Sabía que para crecer debía irme, sentía que ya estaba en un nivel distinto. Me quería probar con chicos del mismo nivel deportivo».
Pepo confiesa que sus ídolos son sus padres, son «las dos grandes figuras en mi vida. Me encantaría brindarle lo mismo a mis futuros hijos, o por lo menos la mitad». Sobre su relación con Facundo destaca que «siempre fuimos muy competitivos. Me ganaba a todo. Y así fui aprendiendo, porque soy un tipo calentón. Él se daba cuenta de estas situaciones y me ayudó mucho en mi crecimiento. Era todo el tiempo discusión, mis viejos nos tuvieron que aguantar mucho». Y respecto a Pancho, su hermano menor, celebra su pasión por lo que hace: «Es actor. Le gusta el teatro y la comedia musical. Está enfocadísimo en eso. En ese sentido lo noto igual a nosotros, porque es un apasionado por lo que hace. De chiquito era rebelde, quilombero y muy gracioso. Era actuar todo el tiempo. Peluca y escenita en las comidas familiares».
Por supuesto que también hay palabras para su novia Camila, con quien lleva tres años de relación. «Ella es uno de los pilares de mi vida. Me ayuda a estar entero y predispuesto para todo. La conozco hace mucho tiempo, pero la tuve que remar muchísimo, hay que decirlo (se ríe). Es una piba de oro, me banca muchísimo ahora que me estoy dando cuenta», dice.
«En Obras me desarrollé como persona y como jugador. Desde muy chico viví un montón de cosas y formé muchas amistades. Obras me dio todo a nivel personal, la oportunidad de crecer y estar en un plantel de mayores para aprender cómo se maneja un profesional y tratar de imitarlo. Siempre voy a estar agradecido. Ojalá pueda estar siempre ligado a la institución», cierra Barral. ¿Quién iba a decir que el chico de la foto terminaría siendo el capitán del presente?