El ambiente del básquet conoce a Diego Grippo principalmente por ser el médico de la etapa dorada de Selección argentina. Pero también tiene su faceta de jugador, sobre todo con la camiseta de Obras. Hoy es uno de los integrantes del Maxibásquet aurinegro, «un grupo de locos», como él mismo se encarga de definirlo, que sale a disfrutar del deporte.
Grippo jugó en Obras de manera profesional entre 1985 y 1993 (jugó la Copa William Jones de 1986), con el objetivo de quitarle a sus padres el peso de pagar sus estudios. Él ya tenía decidido que su vocación era la medicina. Logró recibirse en el ’93 y en 1998 comenzó a trabajar con la Selección. Sin embargo, nunca dejó de lado su pasión por estar adentro de una cancha.
-¿Cómo fue que llegaste a este equipo?
-Hace más o menos tres años que estoy. Vine después de mucha insistencia por parte de Leo Montero y Federico Perrotti. Me decían que tenía que jugar, pero yo no tenía ganas. Y la verdad que es una actividad linda, un punto de encuentro con amigos. Ver como están todos esos jugadores que enfrentaste durante mucho tiempo, a qué se dedican. Es una actividad social muy importante y de descarga anímica y psicológica. También un lugar donde hacer ejercicio. En ese sentido es bastante gratificante. Nuestro grupo actual es heterogéneo, pero muy lindo y representativo del club. Hay padres del club, jugadores emblema, entrenadores actuales y médicos también, porque está el Negrito Lamas, hoy kinesiólogo del club. Representa muy bien al Maxibásquet de Obras porque todos tuvimos o tenemos algo que ver con el club en algún momento. Hay muy buena onda con todos y es muy tranquilo. No hay un objetivo de salir campeones de nada y ninguna de esas locuras que se viven a veces en veteranos. La cuestión es estar para pasar un buen momento.
–¿Cómo combinás la exigencia de tu trabajo con esto de seguir jugando?
-Al jugar desde los cinco años el básquet es como un imán. Hasta dejás algunas cosas para poder estar acá. Entonces lo tenés que ver como un grupo de jugadores apasionados o con un poquito de locura. A veces llegás a tu casa cansado por entrenar a las 10 de la noche con veteranos. Te llegaban a poner ese horario cuando eras profesional y pensabas que estaban todos locos. Encima cobrabas para eso. Mirá vos que es lo que genera el deporte y esto de los veteranos. Más todavía en el club donde uno jugó tantos años. Dejás todo eso para juntarte con tus amigos y correr un rato. Es como que practicarlo te ayuda con todo el resto de las actividades. Vos jugás un lunes o un martes y te sentís bien para toda la semana, si no es como que algo falta. Esas dos horas son un espacio muy importante para la salud y para encarar la vida cotidiana. Es como ir al psicólogo.
-Entonces la cosa es al revés. Tratás de encarar la semana a partir de la parte divertida.
-Es exactamente como lo decís. Lo organizo así. Es como un obelisco dentro de la semana. Se fomenta, además, la presencia de todos.
-¿El jugador nunca deja de serlo?
-La verdad que no. Acá hay abogados, médicos, entrenadores, pero se hace casi ridículo que alguno deje de venir por algún compromiso. Se le ríen en la cara (se ríe). Acá trabajamos y tenemos familia, estamos iguales. Encima jugar en un club donde uno vistió la camiseta hace ya tiempo. Se hace mucho más cómodo aun. Me han dicho de ir a jugar a otros equipo, pero es imposible. Mientras Obras tenga veteranos estaré acá.
-¿Te tienen un poquito de médico también los compañeros?
-Sí. Pero, hablando mal y pronto, que no molesten. ¿Yo les pregunto a los que son abogados por una demanda? Si tenés la rodilla mal, andá mañana al consultorio. Al partido venimos todos a divertirnos. Obviamente que si pasa algo importante tengo que interceder.
-¿Te tocó alguna vez tener que actuar por algún accidente?
-Sí, varias. No solo con los propios. Pasan cosas raras en veteranos. También te encontrás con un tipo que hace 20 años que no veías. Me pasó hace poco. Entré a la cancha y vi que uno vino volando con radiografías en la mano. Y ya te hacen la consulta ahí nomás, en la cancha. Es parte del folclore. Hasta es divertido en algún punto.
-¿Quién es el que necesita más atención del grupo?
-Yo, yo (risas). Soy el más viejo de todos. Es un grupo que desde ese punto de vista no molesta. Se bancan estar baqueteados. Está Lamas también, así que que labure él, viste. Y tenemos a Diego Paoli, otro kinesiólogo. La cobertura médica está. Hay mejor plantel médico que en la Liga Nacional.
-Lo que habrás visto y pasado en la Selección… Me imagino la cantidad de experiencias que acumulaste en ese contexto.
-De todo. Yo empecé a trabajar ahí y todavía jugaba. Quizás el entrenador miraba al banco y a mí me agarraba adrenalina como si me fuera a llamar a mí, que estaba de médico. Es muy difícil el tema de colgar la zapatillas. Yo fui profesional pero como lo fueron miles de deportistas en Argentina. Imaginate lo que debe ser para un profesional que jugó en la Liga y en la Selección durante 20 años, lo complicado que debe ser transitar el retiro.
Grippo hace un parate sobre el final de la charla y mira a través de los vidrios del sector VIP que tiene el Templo del Rock. De alguna manera es como ver hacia el futuro, ya que del otro lado el que está picando la pelota es su hijo Francisco, de 13 años y quien juega en las inferiores del club. Ahí le surge su faceta de padre.
-¿Para qué pinta tu hijo?
-Para ingeniero, o algo relacionado a la arquitectura. Puede que también sea científico, porque le gusta la robótica. El deporte le encanta, le gusta jugar, pero empezó un poco tarde así que la está remando desde atrás. Como verás, siempre estamos por acá. Es el club con el que nos sentimos identificados.