A Fernando Zurbriggen no lo para nada ni nadie. Es un irrespetuoso del básquet, en el buen sentido de la palabra. Lo demuestra adentro de la cancha, cuando juega uno contra uno ante cuanto rival lo desafíe, y también afuera, a la hora de hablar. No conoce los límites. Atravesó dos lesiones que lo tuvieron fuera un tiempo prudencial, pero nada lo quebró. Él se nutrió de esas experiencias traumáticas para volver más fuerte. Y hoy, en cada partido, en cada entrenamiento, ataca el aro como si nada hubiese pasado. Determinación para mejorar todos los días.
«Soy un fanático de la competencia y bastante orgulloso como para bajar la cabeza. Creo en el trabajo y en la autosuperación», reconoce el base de Obras Basket. Pero no siempre lo tuvo tan claro: «Si tengo que ser sincero, no sabía lo que quería en 2014 cuando vine a probarme. Lo tomé como una experiencia de vida, a ver con qué me encontraba. Y en el día a día empezó a surgir esa nueva pasión y esas ganas de querer progresar».
Zurbriggen hizo la secundaria en el Instituto Obras y actualmente cursa el profesorado de educación física. Esa transición entre ambas etapas, dice, fue clave para su carrera: «En ese momento hablé con los responsables de la dirigencia y me dijeron que me iban a tener en cuenta como segundo base del equipo. Hasta esa charla tenía incertidumbre sobre si me iba o me quedaba. A partir de ahí me empecé a sentir un profesional. Hice un clic que se empezó a notar en mi juego».
Claro que la familia juega un rol fundamental cuando tiene que tomar una decisión importante. «Es mi sostén. Me apoyo mucho en mi círculo más íntimo. La voz o el voto final que puede llegar a cambiar una decisión importante la tienen ellos. Desde mi papá Rubén, al que considero un ídolo, hasta mi hermana Guillermina, la más chica», afirma. Federico y Alejandro, con quién comparte equipo, son sus otros hermanos. Y también habla de María Rosa, su mamá: «Ella es crack, entiende todo. Es el ejemplo, el sacrificio. Se encargó de que todos hiciéramos nuestras cosas».
Fernando vivió una infancia muy feliz en Santa Fe, sobre todo en el club Banco Provincia. De chico jugaba al fútbol y al básquet al mismo tiempo. ¿La verdad? No era muy bueno con la pelota en los pies. «Era un terrible patadura, un rústico. Era muy calentón, todos los partidos terminaba con amarilla. Todas cosas que aún no cambiaron», bromea.
Los sábados en el campo de su papá también eran para disfrutar a lo grande. «Nos levantábamos a las cuatro o cinco de la mañana para ir. Estábamos hasta mediodía y después a las dos o tres de la tarde jugábamos la tira de básquet. Cuando éramos chicos íbamos al campo a molestar, a andar a caballo. Con el paso del tiempo nos encargamos de arrendar el ganado, de llevarlo de un corral a otro. Lo llevábamos al bebedero, le dábamos las vacunas, le cortábamos los cuernos. Lo más divertido era vacunarlo. Yo no tenía fuerza, pero todo el ritual me gustaba. Era sensacional», recuerda.
Mucho pasó en la vida de Zurbriggen desde esas mañanas en el campo y esas tardes jugando en mini y premini de Banco. Hoy, Obras es su segundo hogar: «Acá tuve mi primera oportunidad grande y me desarrollé, crecí y formé nuevos vínculos de amistad. Es un capítulo muy importante de mi vida. Después de casi seis años en el club, uno por ahí lo toma como algo rutinario. Sin embargo, formar parte del aurinegro es uno de los mejores regalos que me dio el básquet. No me imagino jugando en otro club que no sea Obras».